Estaba acostado en mi cama, con Isolde a mi lado. Apenas vimos la cantidad desmesurada de palabras en la sección de magia curativa, cerramos el libro sin dudarlo. No nos juzguen; todavía somos demasiado pequeños para digerir semejante volumen de información.
Era absurdo. La extensión de esa sección duplicaba con facilidad la de las demás ramas de la magia, como si su autor hubiera decidido compensar con cantidad lo que le faltaba de sentido de la moderación. Solo leí una parte, suficiente para darme una idea general: la magia curativa molecular. Un enfoque que operaba a nivel de moléculas y proteínas, manipulando procesos químicos del cuerpo para reparar daños celulares y prevenir enfermedades desde su origen.
En teoría, permitía la restauración del ADN dañado, evitando mutaciones o enfermedades genéticas. También posibilitaba la regeneración de proteínas esenciales para frenar el envejecimiento prematuro y la eliminación de toxinas y radicales libres mediante transmutación mágica. Y eso era solo la punta del iceberg. No era difícil concluir que aprender semejante disciplina sería un calvario.
Decidí aplazarlo. Mejor dejarlo para cuando mi edad y paciencia sean más apropiadas para tal labor.
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Han pasado seis años desde mi nacimiento… peculiar.
Durante los últimos dos meses, inicié mis entrenamientos en magia y esgrima. No hubo maestros que me instruyeran, solo las guías, Isolde y mi propia conciencia. Contratar un tutor habría sido una opción razonable, pero dudo que alguien en este reino conozca las artes marciales descritas en Las Escrituras de Paradoja.
También consideré la academia. Pregunté a madre al respecto, pero resultó que la admisión comienza a los doce años y la formación se extiende hasta los dieciocho. Un dato que me golpeó más fuerte de lo que debería. Pero no hay mucho que pueda hacer al respecto.
Por ahora, me conformo con los libros y la compañía de Isolde.
—No entiendo nada acerca del Jiujitsu —se quejó, intentando ejecutar un Tsuri Goshi con un saco de maíz.
—Va a ser más complicado de lo que parece… —dije mientras probaba una patada con gancho.
Nuestra elasticidad, agilidad y paciencia dejaban mucho que desear. Llevábamos dos meses entrenando y solo habíamos dominado diez técnicas de diferentes estilos marciales. Suena impresionante, hasta que recuerdas que Las Escrituras de Paradoja recopilan alrededor de ocho mil.
Ocho mil.
Un número absurdo, aunque cada técnica está documentada con precisión casi obsesiva. Al menos, el texto proporciona atajos para facilitar el aprendizaje.
Por ejemplo, el Wave Evasion & Counter del Systema. Su principio fundamental: usar la relajación y el movimiento ondulatorio para esquivar el golpe, redirigirlo con el torso o antebrazo, desbalancear al oponente y contraatacar con un golpe explosivo y fluido.
Gracias a esa indicación, Isolde y yo dominamos la técnica en un tiempo razonable. Pero a medida que avanzamos, se vuelve evidente que cada nuevo aprendizaje es más difícil que el anterior.
—Lucius, Isolde, es hora de la comida —llamó madre desde la puerta de nuestra habitación.
Si, desde la puerta. No me gusta la idea de salir. Ahora podríamos caminar por las calles del reino o entrenar en alguna colina, pero la verdad es que la idea de estar afuera no me resulta particularmente atractiva.
Prefiero la tranquilidad de mi habitación, con un libro en mano y la compañía de Isolde. Aun así, si ella decide que quiere salir y convivir con los demás niños, no me importaría acompañarla. De cualquier manera…
Salimos de la habitación y bajamos las escaleras con prisa. La comida nos esperaba para ser devorada.
Padre no estaba con nosotros durante el almuerzo. Él… bueno, rara vez estaba en casa, y cuando lo hacía, era de noche. Solo se nos permitía verlo los fines de semana, cuando su horario coincidía con el nuestro y aún no habíamos sucumbido al sueño.
Su trabajo era… interesante, por decirlo de alguna manera. No todos pueden jactarse de ser el guardia personal del monarca de todo el reino Millford.
Y ya que lo menciono, creo que es hora de hablar acerca del reino Millford.
Es el lugar donde nací. Comparado con otros reinos del continente, es enorme, casi desmesurado. Sus estructuras están a la altura de la época victoriana en la que vivimos, con mercados y parques—que es lo único que he visitado hasta ahora—adoptando un estilo gótico que le da a la ciudad un aire de solemnidad que algunos podrían confundir con majestuosidad.
Pero hay algo de este mundo que debo destacar.
El sol y la luna son uno mismo.
Sí, lo sé. Suena ridículo. La luna regula las mareas y estabiliza el eje terrestre, así que su ausencia debería causar estragos. Sin embargo, según Las Escrituras de Paradoja, esta función recae en el Rey Kraken, el monarca absoluto de los mares.
Una criatura colosal de tentáculos interminables.
Afortunadamente, es pacífico… la mayoría del tiempo. Si alguien amenaza sus aguas, no dudará en hundir barcos, ciudades o cualquier civilización que se atreva a desafiarlo. Es el guardián del equilibrio, la razón por la que este mundo sigue funcionando a pesar de su alarmante falta de luna.
Y eso nos lleva a la pregunta obvia: ¿cómo se ve la noche?
Simple. El sol se tiñe de rojo y reduce su luz hasta comportarse como la luna. Un concepto eficiente, aunque inquietante.
—Issy, Lucy, ¿por qué no salen a explorar un rato? —dijo madre mientras lavaba algunos platos y vasos.
Le di un sorbo a mi sopa para evitar responder.
Pero…
—¡Sí! ¡Es una idea genial! —gritó Isolde con entusiasmo, alzando su cuchara y salpicándome con gotas de sopa.
...
Vamos… acabo de bañarme.
Suspire y me limpie con un trapo. Isolde sonrió en nerviosismo, pero yo le devolví la sonrisa en felicidad. Me parecía divertido su comportamiento.
No quería salir.
Aunque, pensándolo bien, salir ahora podría ser una oportunidad interesante. Cuando madre nos llevó a comprar algunas cosas, vi algo que captó mi atención: una estructura imponente, casi como una catedral. Quería examinarla con más detenimiento, pero pospuse la idea hasta que sintiera el impulso de hacerlo.
Parece que ese momento llegó, cortesía de Isolde.
—Gracias por la comida —dije, dejando la cuchara. Me bajé de la silla y caminé hacia mi hermana.
—¡Gracias por la comida, mamá! —repitió Isolde con entusiasmo.
La ayudé a bajarse y nos colocamos frente a madre. Ella se agachó, tomó nuestras manos y cerró los ojos mientras pronunciaba un encantamiento. Un brillo recorrió la parte superior de nuestras manos antes de desvanecerse.
Magia de vigilante.
Un hechizo descrito en Las Escrituras de Paradoja. Lo usan los guardias de nivel medio para rastrear prisioneros y asegurarse de que no escapen. En nuestro caso, madre lo empleaba como una medida preventiva en caso de que alguien decidiera secuestrarnos.
Si eso llegara a suceder, vendría por nosotros.
Sola.
No necesitaba la ayuda de padre. Ella era una guardiana de nivel alto.
—Tengan cuidado. —Nos sonrió y nos besó en la frente.
Salimos de casa.
Allá afuera, tal vez nos esperaba una aventura. O tal vez, solo aburrimiento.
Una vez afuera, Isolde me tomó del brazo y me arrastró por las calles, corriendo con una energía que parecía inagotable.
Déjenme describir el recorrido.
Las suelas de mis zapatos resonaban contra el adoquín gastado. Las casas, algunas alineadas en perfecta simetría y otras separadas por callejones que conectaban con otras calles, se alzaban con una elegancia monótona. Gente por todas partes. Chicos jugando, adultos conversando, comerciantes gritando sus ofertas con una elocuencia que rozaba la desesperación.
Pasamos por la intersección donde los carruajes iban y venían en un flujo constante. Ahí, los Centinelas del reino mantenían el orden, asegurándose de que el tráfico no se convirtiera en un caos. Su presencia era un recordatorio de que incluso la rutina cotidiana era regulada con precisión.
Nuestro destino resultó ser un parque. Un espacio social donde, a diferencia de otros lugares, la población infantil superaba ampliamente a la adulta. Y antes de que alguien lo cuestione, no, no es peligroso. De hecho, es absurdamente seguro. Hay Maestros del Velo rondando en todo momento, y hasta los Centinelas tienen presencia aquí, aunque su único propósito sea garantizar que la basura termine en su lugar correspondiente.
Ahora bien, creo que es momento de aclarar algo. He mencionado diferentes niveles de caballería, pero no me he detenido a explicarlos. Sería comprensible que alguien se confundiera con los términos. Vamos a corregir eso.
El primer nivel, el más alto, pertenece a los Sargentos Generales. Son la élite de la caballería, los estrategas de guerra, los arquitectos de las grandes campañas militares. Su labor no se limita a la batalla; también asesoran al monarca y a la nobleza en cuestiones de defensa y política militar. Su lealtad es inquebrantable. Tal vez incluso más fuerte que su propia inteligencia. ¿Me doy a entender?
El segundo nivel corresponde a los Guardianes de Éter, como mis padres. Mi padre, de hecho, pudo haber sido un Sargento General, pero el rey decidió que su lugar estaba a su lado como guardia personal. Los Guardianes de Éter lideran divisiones, sirven como asistentes de los Sargentos Generales y supervisan los rituales mágicos de protección del reino. Son piezas clave en la maquinaria militar.
Luego están los Maestros del Velo. Su función es más sutil, pero no menos crucial. Son los guardianes del orden, los supervisores invisibles que vigilan cada rincón del reino. Utilizan magia de sigilo y manipulación mental para monitorear a nobles y plebeyos por igual. Básicamente, si alguien intenta desestabilizar el reino, ellos son los primeros en enterarse. Y los primeros en actuar.
Por último, están los Centinelas del Reino. Son la fuerza más visible, los que patrullan las calles y se aseguran de que todo funcione sin contratiempos. No son los más fuertes ni los más estratégicos, pero eso no significa que sean débiles. Sus habilidades en combate cuerpo a cuerpo superan con facilidad a cualquier civil sin entrenamiento, y su conocimiento en magia curativa es algo que, honestamente, envidio.
He intentado entenderla, pero hasta ahora, mis avances han sido… limitados.
—¡Lucy! ¡Mira, mira! ¡Es un ganso oscuro! —exclamó Isolde, señalando con entusiasmo hacia el lago central.
Ahí estaba. Un ganso oscuro, deslizándose por el agua con esa aura de tranquila indiferencia que los hacía irritantes.
La primera vez que vi uno, tenía dos años. Recuerdo que uno intentó morderme el pie. Lloré. Isolde, en respuesta, le lanzó su biberón como si estuviera defendiendo su honor en un duelo.
Supongo que la agresividad es su forma de demostrar afecto.
—No vas a golpearlo con un biberón de nuevo, ¿cierto, Issy?
—¿Qué? ¡Claro que no! Aquella vez lo hice para protegerte. —Sonrió con orgullo, como si aquello hubiera sido una gran hazaña —. ¡Espera! ¿¡Lucy, qué haces!?
La arrastré hacia el lago y manipulé un poco de agua con maná para lanzársela.
—¡Agh!
Pero Isolde reaccionó más rápido de lo esperado, redirigiendo el agua hacia mi rostro. Me agaché para esquivarla, pero algunas gotas alcanzaron mi cabello.
—¡Issy!
El ganso nos miró con algo que juraría que era desprecio.