Cherreads

Chapter 9 - El Peso De La Ausencia

El rey me miró con curiosidad.

A su lado, mi estatura resultaba ridícula.

Siendo honesto, debería crecer más. Este hombre parecía un gigante. Bueno, considerando que mide casi 190 centímetros y yo apenas alcanzó los 126, es bastante obvio.

Observábamos a madre y padre bailar. Parecían divertirse. Normal, considerando que hacía tiempo que no pasaban momentos juntos de esa manera.

Ahora bien… ¿de qué se supone que hable con una autoridad tan temible justo al lado?

"¿Qué hace tan solo, su majestad?" "¿Y su esposa, su majestad?" "¿Por qué no baila con alguien, su majestad?" Ah. Esa última tiene potencial.

—Su majestad —dije, iniciando la conversación.

—¿Sí? —respondió de inmediato.

Mierda. Fue demasiado rápido.

—Este… ¿por qué no baila junto con los demás?

—No tengo a mi esposa aquí.

—Entonces… ¿qué hay de su hija?

—No quiso venir.

Bien. Cortante y directo. Lo esperado.

Aun así, seguiré insistiendo.

—¿Y por qué no busca a alguien más para bailar? También debería divertirse.

—No soy el tipo de persona que baila con alguien más cuando está casado.

Hmmm… supongo que hace un buen trabajo manteniéndose fiel a su esposa. Pero al menos podría intentar disfrutar del festival por su cuenta.

—Al menos debería divertirse solo, ¿no? Supongo que eso es lo que se hace cuando no se tiene un acompañante.

El rey se giró levemente y me dirigió una mirada inquisitiva.

—¿A dónde quieres llegar, Lucius?

Lucius, ¿eh? Supongo que ya estamos en esa confianza.

Recordé que él mismo había dicho que, en estos momentos, solo era un ciudadano más. Así que decidí corresponderle el gesto.

—A lo que me refiero, señor Leo, es que no debería estar completamente solo en un festival que usted mismo ordenó preparar hace apenas unos días.

Se quedó en silencio.

Me observó con atención, pero en lugar de molestarse por mi falta de tacto, sonrió.

…Esperen.

¿Sonrió?

—Jajaja. Se nota que eres idéntico a tus padres —río desanimadamente, dándome una palmada en la espalda.

—¡Agh!

Ese pequeño golpe casi me manda directo al suelo. Si no fuera por mi equilibrio, habría terminado estampado contra la tierra.

—No creo que pueda disfrutar del festival solo —continuó, su tono más relajado—. Sin mi hija… tal vez no pueda encontrarle sentido a los juegos.

Lo observé en silencio.

No entendía demasiado el amor de un padre hacia su hijo. O quizás la culpa de eso recaía en mis anteriores padres. Aún me costaba asimilar el afecto que mis actuales padres me daban. Era… extraño. Diferente.

—¿Puedo preguntar dónde está su hija?

—Mmm… En casa, disfrutando de la compañía de sus amigos.

Entiendo. No, no entiendo.

¿Qué hace su hija en el castillo mientras su padre está aquí, completamente solo?

Al menos debería acompañarlo, estar a su lado, disfrutar junto a él de la alegría de la gente.

Pero, por lo visto, no lo hizo.

Y él, por alguna razón, tampoco insistió.

Esperaba que el rey y la princesa fueran lo suficientemente sensatos como para hablar seriamente sobre la extraña relación que tenían ahora. No era asunto mío ni algo en lo que deseara involucrarme, así que decidí ignorarlo.

—Al menos debió persuadirla para que lo acompañara, ¿no cree? —dije, con un matiz de molestia cuidadosamente contenido.

—No… No puedo obligarla a hacer algo que no quiere.

Pero debió haberlo hecho. ¿Por qué negarse a pasar tiempo con su propio padre? Si yo fuera hijo del rey, no dudaría en estar a su lado y hacer alarde de ello.

—Mm… Al menos debería hablar con ella. No sé qué sucede entre ustedes, pero, por lo poco que me ha dicho, parece que la princesa tiene una inclinación por la rebeldía. No lo estoy obligando, pero debería hacerlo.

Sin esperar respuesta, me giré y caminé hacia Isolde. Ella seguía observando a la gente bailar, aunque su atención se desviaba ocasionalmente hacia mi conversación con el rey. Ni siquiera se había molestado en disimular su interés.

Me puse a su lado y tomé su mano. No fue una decisión consciente, simplemente algo que hacíamos de manera instintiva, sin cuestionarlo.

—¿Cómo te fue, Lucy? —preguntó, sin apartar la vista del frente, observando a nuestros padres girar en la pista de baile.

¿Cuánto tiempo planeaban seguir con eso? Sería más productivo comprar algo de comer, tal vez unos panes de chocolate.

—Supongo que bien. Pero el rey no parecía estar en su mejor momento. Al menos se rio. —Bostecé, sintiendo el peso del sueño en mis párpados.

—¿Se rio?

—Sí… No estoy seguro de qué hice exactamente, pero se rio. Aunque fue con cierto desánimo.

—Oooh… Aaah… —Isolde bostezó también, frotándose el rostro con la manga de su chaqueta.

—Creo que deberíamos volver a casa.

—Pero mamá y papá siguen bailando. ¿No crees que deberíamos esperarlos?

Era lo lógico, pero tenía demasiado sueño. Además, la seguridad en la ciudad era decente. Había Maestros del Velo y Centinelas patrullando, así que las probabilidades de que alguien intentara hacernos algo eran bastante bajas.

—Tal vez. Pero sería mejor descansar antes de terminar durmiéndonos en medio de esta multitud. Vamos.

Nos dirigimos a la pista de baile, esquivando a la gente y soportando el desagradable hedor del sudor ajeno.

Con algo de esfuerzo, logramos llegar hasta nuestros padres. Jalé con fuerza la chaqueta de mi padre, mientras Isolde hacía lo mismo con la de nuestra madre. Ambos voltearon al mismo tiempo.

—¿Qué sucede, queridos? —preguntó madre, inclinándose hasta quedar a nuestra altura. Su voz era dulce, aunque se percibía el agotamiento en ella. Increíble que todavía siguiera bailando.

—Tenemos sueño —dije sin rodeos.

—Oh… Bueno… Volvamos a casa entonces.

—No. Queremos saber si podemos volver por nuestra cuenta. Hay Maestros del Velo y Centinelas por todo el reino. No creo que nos suceda nada.

Madre miró a padre. Este le devolvió la mirada con una expresión que indicaba que la decisión final recaía en ella. Dudo por un instante, pero finalmente asintió.

—Está bien. Pero vuelvan con cuidado. No se separen.

Usó un hechizo de vigilancia para asegurarse de nuestra seguridad antes de dejarnos ir.

—Bien.

Madre nos besó en la frente y padre, en su estilo más despreocupado, revolvió nuestro cabello.

Después de eso, Isolde y yo nos dirigimos a casa.

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