Cherreads

Chapter 5 - baile parte 2

La pista de baile vibraba con cada golpe del bajo. Las luces giraban en rojo, azul y verde, cortando la oscuridad como rayos de neón. La música no paraba, y yo tampoco.

Sacaba a chicas sin pensarlo. Una tras otra. Algunas me conocían, otras no. No importaba. Era la máscara, el anonimato, la libertad. Bailé con Moon, vestida de porrista sexy, luminosa y risueña. Luego con Jade West —la gótica que siempre tenía una crítica para todo y la mirada afilada de quien ha visto el lado oscuro del mundo. Se reía sin querer, como si yo la estuviera obligando a divertirse aunque odiara la idea. Eso era un logro.

Me sentía como un cometa cruzando un cielo lleno de estrellas apagadas.

Y nadie podía tocarme.

Punto de vista: Daniel LaRusso — Entrada del gimnasio

Desde la entrada del gimnasio, Daniel observaba la pista con los brazos cruzados. Su rostro tenía esa expresión entre alerta y desconcierto, la que tienen los adultos cuando saben que algo no encaja pero no pueden explicar qué.

—Vaya… parece que está animado esto —dijo, mirando cómo los estudiantes saltaban y reían al ritmo de la música.

A su lado, la consejera de disciplina, una mujer en sus cuarenta, con carpeta en mano y rostro severo, también miraba hacia la pista.

—¿Sabe quién es el de la máscara? —preguntó Daniel, señalando con la barbilla a Río, que giraba sobre sus talones al ritmo de un tema clásico de hip-hop.

—No lo sé. Se suponía que no se podían traer máscaras al baile —dijo la consejera, con tono molesto.

Daniel no dijo más. Se ajustó el saco y comenzó a caminar hacia el centro de la pista.

Paso a paso. Lento. Como si estuviera entrando en un campo de batalla.

Punto de vista: Río – Centro de la pista

No me di cuenta de inmediato. Estaba girando con otra chica, soltando una carcajada, cuando sentí una mano cerca del brazo. Una mano demasiado seria para estar en una fiesta.

Giré la cabeza. Era un adulto. Traje formal. Cara de juicio. Daniel LaRusso.

Justo cuando intentó tomarme por el brazo, di un leve manotazo hacia abajo. Su agarre se desvió. Cuando estiró su otra mano hacia mi máscara, di un paso atrás con estilo, como si la pista misma me protegiera.

—Vamos, chico —dijo Daniel, frustrado—. Tienes que quitarte la máscara. Son las reglas.

No respondí. Solo lo miré. Silencio. Luego levanté el dedo índice y lo moví de un lado al otro.

No.

Daniel volvió a insistir. Avanzó. Moví el cuerpo como si bailara, pero cada movimiento esquivaba su intento. Él trataba de agarrarme, yo lo eludía como si fuera parte del ritmo.

Una vuelta. Una finta. Un paso en reversa. La máscara seguía en su lugar.

Los estudiantes empezaron a notar lo que pasaba. Algunos pensaban que era parte del show. Otros sacaban sus teléfonos. Luces de cámara aparecieron entre la multitud.

—Te estoy hablando en serio, quítate la máscara —dijo Daniel, ya irritado.

Yo no dije nada. Solo seguí esquivando. Hasta que, de reojo, vi algo que me dio la idea de librarme de el.

La salida del gimnasio.

Sam, la hija de Daniel, salía caminando con Kyler. Él tenía la mano en su cintura. Ella se reía, aunque se notaba que lo hacía más por costumbre que por gusto. Iban directo hacia la salida trasera.

Y ahí lo supe.

Era el momento.

Hice un giro rápido, me acerqué a Daniel, y sin decir una sola palabra, llevé mi mano a la parte de atrás de su cabeza. No con violencia, sino con precisión.

Lo giré con suavidad, pero con firmeza. Lo obligué a mirar.

—¿Qué haces? —alcanzó a decir, pero ya estaba viendo lo que tenía que ver.

Su hija sam y Kyler. Salian del gimnasio. Algo que no le gusto.

Daniel se quedó congelado. La música seguía. Las luces no paraban. Pero él ya no escuchaba nada.

Yo solo di un paso atrás, levanté la mano en señal de despedida… y desaparecí entre la multitud de máscaras, disfraces y ritmo.

No necesitaba quedarme más.

Ya había dicho todo sin decir una sola palabra.

Me alejé de la pista con paso firme. Sentía el pulso todavía acelerado, la adrenalina empapada bajo la piel. Llegué a la mesa del ponche, tomé un vaso y me lo bebí de un trago. El sudor me bajaba por el cuello, y por primera vez en toda la noche, dejé que el silencio me alcanzara un poco.

—Bailas bien —escuché la voz detrás de mí. Su tono era directo, pero no frío.

Me giré, con el vaso en mano. Era Jade. De pie, con los brazos cruzados, pero sin esa mirada de desprecio habitual. Parecía... curiosa.

—Gracias —dije, acomodandome la máscara con calma.

—¿Qué sucede? —preguntó, inclinando la cabeza, como si intentara leerme.

—Nada... solo me sorprende que me hables. Llevamos semanas sentados juntos en clase y ni una palabra —respondí, medio en broma, medio verdad mientras me quitaba la mascara.

Ella sonrió. Levemente. Apenas se notaba.

—Sabía que eras tú —dijo, más emocionada de lo que intentó parecer. La máscara ya no ocultaba nada, pero eso no importaba.

Iba a contestarle algo más cuando, de pronto, el ruido de pasos rápidos interrumpió todo. Dimitri y Eli llegaron corriendo hacia nosotros, con la cara pálida y la respiración cortada.

—¡Río! ¡Miguel está en problemas! —soltó Dimitri, nervioso.

—¿Qué? ¿Qué pasó?

—Estábamos en el baño. Kyler y su pandilla entraron hablando mierda… nos escondimos, pero Eli tropezó con algo y nos delataron. Miguel se quedó atrás. No pudimos ayudarlo. Lo están golpeando.

Mis manos se cerraron en puños. Todo el aire que tenía en los pulmones salió de golpe.

—Mierda… —dije, y salí corriendo.

Pasillo del baño — minutos después

Llegué justo a tiempo para ver a Johnny cruzar la puerta del baño con la mirada fría. Detrás de él, las luces titilaban como si también presintieran el desastre.

Entré segundos después.

El olor a sudor, sangre y jabón barato golpeaba fuerte. En el suelo, estaba Miguel, hecho papilla. Su disfraz de esqueleto ahora era una mezcla de tela rota y manchas rojas. Había pedazos de palos de lacrosse por todas partes, astillas clavadas en el piso.

Me arrodillé a su lado de inmediato.

—Hey, Miguel… ¿estás bien, amigo? —dije mientras le levantaba la cabeza con cuidado.

Abrió los ojos apenas. Respiraba con dificultad, pero estaba consciente. Se apoyó en mí para intentar sentarse.

—¿Cómo se te ocurre enfrentarlos solo? Estabas en desventaja, viejo —le dije, casi con rabia, pero más con dolor.

—Hice lo que le dijiste a Eli… —murmuró Miguel, la voz débil.

Me quedé callado un segundo.

—Sí, pero eso era si estabas solo con Kyler. No con toda su maldita pandilla… —dije, apretando la mandíbula.

—No sé, amigo… estaba cansado de que se burlaran. De todo.

Lo ayudé a ponerse de pie mientras Johnny se acercaba, sin decir una palabra. Lo miré.

—¿Puedes llevarlo a su casa? Necesita descansar… limpiarse, dormir.

Johnny asintió.

—Descuida, Río. Yo lo llevo.

—Bien… cuídate, Miguel —le dije, ayudándolo a apoyarse en Johnny antes de salir del baño.

Exterior — Estacionamiento del instituto

Me puse de nuevo la máscara de Ghostface. Ya no era por estilo. Era porque necesitaba algo que cubriera lo que estaba a punto de hacer.

Sabía exactamente dónde le gustaba estacionarse a Kyler: al fondo, lejos de los focos. Como si quisiera lucir su camioneta sin que nadie se la rozara. Irónico.

Caminé con paso lento, respirando profundo, y encontré su preciado vehículo. Un jeep rubicon negra, reluciente, con llantas brillantes y ventanas oscuras.

En el suelo, junto a un basurero, encontré lo que necesitaba: un clavo oxidado, largo y firme. Perfecto.

Me acerqué al costado del auto.

Con la punta del clavo, empecé a escribir sobre la pintura.

C O B A R D E.

M O N T O N E R O.

M A R I C A.

Cada letra era un trazo firme. Cada palabra, una descarga. Cuando terminé los costados, pasé a los espejos.

¡CRACK!

Uno reventó de una patada.

¡BAM!

El otro con el codo.

Los focos traseros, el parabrisas. Ni una parte intacta.

Golpe tras golpe, como si cada pedazo de esa camioneta fuera una parte de su ego.

Cuando ya no quedó nada más que romper, solté el clavo, me quité la máscara y me la metí en la mochila. Caminé de regreso, con calma. Pasé por mi moto, la encendí, y me alejé de ese lugar con el rugido del motor rompiendo el silencio de la noche.

Día siguiente – Sábado, 8:36 AM

Casa LaRusso – Cocina

El olor del café recién hecho llenaba la cocina. Amanda LaRusso hojeaba su celular, aún en bata, sentada en la barra con las piernas cruzadas, el cabello recogido en un moño desordenado. Tenía esa expresión relajada de quien empieza el fin de semana sin prisa.

Daniel entró con paso tenso, como si cada zancada cargara una losa. Abrió la nevera de golpe.

—Buenos días —dijo Amanda sin levantar la vista.

—No tan buenos —respondió él, sacando la jarra de jugo con brusquedad.

Amanda tomó un sorbo de café, calmada.

—¿Te fue mal en la fiesta?

Daniel soltó un suspiro largo.

—Hubo un idiota con máscara que no quiso quitársela. Lo intenté todo. Hablarle, tocarlo… pero me esquivaba como si supiera artes marciales. Me dejó en ridículo frente a todo el gimnasio. Y encima, ahora está el problema con Sam. Pensé que su noviecito iba a intentar algo con ella, pero solo quería darle una pulsera.

Amanda alzó la ceja, ahora sí mirándolo.

—¿Y qué hiciste tú?

Daniel se encogió.

—Solo... estaba pendiente. Pero ese tipo con la máscara, Ghostface, bailaba como si fuera su show. Se burlaba de todo. Y para rematar, me giró a propósito para que viera cómo Sam se iba con Kyler. ¿Te lo puedes creer?

Amanda frunció los labios, deslizó el dedo por la pantalla del celular y de pronto soltó una carcajada.

—¿De qué te ríes? —preguntó Daniel, molesto al instante.

Amanda le tendió el celular.

—¿Este es el chico de la máscara?

En el video se veía claramente: Daniel en medio de la pista, rodeado de adolescentes, tratando de quitarle la máscara al Ghostface. Pero el chico lo esquivaba con estilo, ritmo, incluso gracia. Hasta que, en una jugada precisa, lo giraba y lo dejaba de frente hacia la puerta... justo cuando Sam salía de la fiesta del brazo de Kyler.

La música, los gritos, las luces... el video tenía ambiente. Y tenía burla.

El título:

“Ghostface bailando y humillando al señor LaRusso en Reseda High”

Ya tenía más de 12 mil reproducciones en TikTok. Y subía cada minuto.

—Estás viral —dijo Amanda entre risas—. Y no por tus comerciales esta vez.

Daniel dejó el jugo sin servir, sin siquiera probarlo.

—¿Quién demonios es ese chico…?

Grupo de WhatsApp – Padres de Estudiantes Reseda High

(9:00 AM)

Patty M.

¿Alguien más vio el video del Ghostface en la fiesta?

¡Mi hija dice que fue el alma del baile!

Ron C.

A mi hija la sacó a bailar. Dice que fue como estar en una película.

¿Quién es ese chico?

Laura S.

Y el carro destruido… ¿lo vieron?

Henry P.

Sí, vi las fotos. La camioneta negra al final del estacionamiento.

Le escribieron cosas en la puerta. Le reventaron TODO.

Patty M.

Dicen que era de Kyler.

¿Quién se mete con ese niño?

Amanda LaRusso

Chicos, por favor, no fomentemos la violencia.

Ron C.

Amanda, ¿tu marido fue el que Ghostface convirtió en trompo, no?

Lo esquivó como ninja jajaja

Amanda LaRusso

No ayudes, Ron.

Instagram – 9:22 AM

@resedahigh_exposed

“Alguien destrozó el carro de Kyler anoche.

#justicia #montonerosNO #Vengador”

Foto 1: El costado del carro rayado con la palabra COBARDE.

Foto 2: Un espejo retrovisor reventado en el suelo.

Foto 3: Pintura tallada con la palabra montoneros.

Foto 4: Las llantas ponchadas.

Foto 5: “MARICA” escrito con el clavo en el capó del Jeep.

Casa de Johnny – 9:45 AM

Johnny estaba en la cocina, con una cerveza en la mano aunque apenas era de mañana. Su celular vibraba cada dos minutos con notificaciones.

Miguel estaba en el sofá, medio acostado, con hielo en la cara y el cuerpo cubierto de moretones. No decía mucho, pero sus ojos ya estaban abiertos.

Río no estaba. Pero Johnny tenía una idea muy clara.

Se metió al baño, se lavó la cara y abrió el celular. Puso el video otra vez. No porque no lo hubiera visto antes. Sino porque le encantaba.

Ghostface esquivando, girando, dejando en ridículo al “Señor Miyagi del Valle” en frente de cien testigos. Johnny no podía ver su cara. Pero esos movimientos… esa soltura… ese estilo de pelea callejera con toques de precisión...

—Pendejo loco… —murmuró Johnny, con media sonrisa.

Volvió a la sala y se sentó frente a Miguel.

—¿Viste lo que hizo Río? —preguntó Johnny.

—¿Qué cosa?

—El carro. El baile. ¿El video?

Miguel negó con la cabeza.

—No lo he visto.

Johnny se rascó la barba, pensativo.

—Te lo mostraré luego. Fue legendario.

Hizo una pausa.

—¿Te sientes mejor?

—Un poco. Me duele todo… pero valió la pena.

Johnny asintió, más serio esta vez.

—Bien. Prepárate, porque después de esto… vendrán más. Esto no fue solo una fiesta, Miguel. Fue una declaración de guerra. Cuando te recuperes, será mejor que estés listo. Te entrenaré mejor. No quiero que termines así otra vez.

Miguel asintió. La chispa en sus ojos era otra. No miedo. Hambre.

En la calle – 10:30 AM

Río en su moto, conduciendo sin destino fijo

El rugido del motor acompañaba su respiración. Cada semáforo pasaba como un recuerdo borroso. La ciudad empezaba a calentarse bajo el sol, pero él no lo notaba.

Se detuvo en una esquina, apoyó un pie en el suelo, sacó el celular del bolsillo de la chaqueta y desbloqueó. Abrió la cuenta de @CobraKaiReseda.

Esa mañana, sin escribir una sola palabra, había compartido directamente los videos desde su cuenta personal:

— El baile.

— El círculo que se abría en la pista.

— Las vueltas, los gritos, el ritmo.

— Y especialmente, ese instante en que alguien era girado hacia la salida.

Solo les puso un título simple:

“Así se baila.”

No más. Sin hashtags. Sin nombres. Sin descripciones.

Ni una sola palabra sobre quién era el del disfraz.

Pero no hacía falta.

El video estaba explotando. Ya entraba en tendencias locales. Y como el algoritmo reconocía la publicación original desde una cuenta vinculada a Cobra Kai, automáticamente empezó a mostrar la página del dojo a todos los que interactuaban con el video.

Nuevos seguidores llegaban cada minuto.

Comentarios de estudiantes.

Mensajes privados preguntando por inscripciones.

Likes. Compartidos. Reacciones. Silencio viral.

Cobra Kai estaba ganando presencia sin pedir permiso.

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