Cherreads

Chapter 16 - Conciencia Olvidada

Íbamos de camino a casa. El cielo, antes teñido por la luz anaranjada del ocaso, se había rendido por completo a la noche. Las sombras eran más densas de lo habitual, como si el mundo se hubiera olvidado de respirar.

—¿Podemos hablar cuando lleguemos a casa? —pregunté, sin girar la cabeza.

—¿Mmm? Okey.

—Bien…

Había tensión. Silenciosa, pero tangible, como una cuerda tirante que apenas sostiene el equilibrio.

Nada fuera de lo ordinario. Nada que no pudiera resolverse.

O eso creía.

De pronto, la realidad cedió. Como si alguien hubiese apagado un interruptor en mi mente. Todo se volvió negro.

Oscuridad absoluta.

No era la clase de oscuridad que se encuentra al cerrar los ojos. Esta tenía peso, densidad. El suelo bajo mis pies era húmedo, pero no frío. Como si caminara sobre agua estancada sin fondo visible.

—Parece que estás bien —dijo una voz.

La reconocí al instante. Me era demasiado familiar. No porque la escuchara a menudo… sino porque era mía.

—¿Hyung-Seok? ¿Yo?

—Vaya. Ocho años y ya olvidaste tu antigua apariencia. Algunas cosas no cambian, ¿eh?

La forma frente a mí se condensó desde una niebla gris. Tenía la apariencia que alguna vez fue mía… cuando aún me llamaba así.

—¿Qué demonios…?

—No te sobresaltes. No soy más que una conciencia. Una parte de ti que decidió quedarse atrás. Una voz enterrada. Aunque, admito, es extraño ver cómo sonríes ahí fuera, fingiendo que todo está bien.

—¿Qué quieres?

—¿Querer? Nada en particular. Solo estoy… aquí. Resurgí, supongo. Tal vez porque por fin te estás deshaciendo de mí. Has notado que ciertos impulsos se han apagado, ¿no? Toda esa… inclinación morbosa.

—¿De qué estás hablando?

—Oh, no te hagas el tonto. Sabes bien a lo que me refiero.

Era cierto. Aunque me disgustaba admitirlo, algo había cambiado en mí. Esa parte oscura, rancia, insidiosa… había comenzado a desaparecer.

—¿Dónde estoy?

—Te lo dije. En tu conciencia. O algo así. Técnicamente, esto no debería estar ocurriendo. Pero aquí estamos. Yo soy lo que dejaste atrás. Una versión tuya que decidiste enterrar.

Lo observé mejor.

Cabello rubio. Ojos verdes. Una versión pasada de mí que prefería olvidar. No por lo que aparentaba, sino por lo que representaba.

—Te das asco, ¿no?

No respondí.

—Lo comprendo. No te juzgo. Fuiste consciente de lo que eras. Y aun así, seguiste ese camino. ¿Quién sabe? Tal vez soy tu castigo.

—Déjame ir.

—¿Qué? No puedo. No todavía. No depende de mí. Tú debes hacerlo.

Señaló hacia arriba. Instintivamente, miré.

Y entonces la escuché.

La voz de Isolde, llorando. Ahogada por la distancia, como si la separara una muralla invisible.

Sollozaba. Nadie la consolaba. Ningún adulto acudía a su ayuda.

¿Por qué lloraba? ¿Qué estaba pasando allá afuera?

No lo sabía.

Pero si estaba llorando, significaba que algo estaba mal. Muy mal.

Y yo… yo estaba atrapado aquí. Conmigo mismo.

—¿Cuánto tiempo estaré aquí? Necesito salir —dije, con la urgencia contenida tras una capa delgada de control.

—¿Para qué? ¿Para consolarla? —su voz sonaba burlona, inquisitiva, como si cada palabra fuera una daga envuelta en terciopelo—. Que yo recuerde, antes no mostrabas ni una pizca de remordimiento. Y ahora, mira quién se desvive por una niña que llora. Te has ablandado demasiado.

—No sabes nada. Ella es mi hermana. Es mi deber cuidarla.

—¿Tu deber? Qué conveniente que lo recuerdes ahora. Ojalá hubieras tenido esa misma claridad cuando invitaste a esas chicas a casa. ¿No crees que ellas también merecían ser cuidadas?

Su tono no era acusatorio. No necesitaba serlo. Era peor: era lógico. Frío. Imposible de refutar sin caer en contradicciones morales.

Yo callé. Porque sabía que tenía razón.

Frente a mí no estaba solo una proyección de mi infancia. Estaba el recordatorio vivo —aunque irónicamente muerto— de quién fui. Un asesino.

¿25? ¿30? Tal vez más.

La cifra ya no importaba, no porque fuera irrelevante, sino porque lo que importaba se había perdido mucho antes: el sentido.

Los carteles de "SE BUSCA" pegados en muros húmedos y desvencijados… solían provocarme una especie de satisfacción. Un sentimiento enfermo de poder.

Ver sus rostros impresos en papel mal impreso era como ver trofeos. Sabía que sus cuerpos aún estaban donde los dejé. Conmigo.

—Vaya… Parece que mi tiempo se acabó.

—¿Qué?

—Vas a despertar. Igual, nos volveremos a ver.

—¿Qué quieres decir con eso…?

No terminé. O tal vez sí, pero no me escuché a mí mismo. Fue entonces cuando lo noté: no era él quien se alejaba… era yo quien estaba siendo arrastrado. Una fuerza invisible, muda, me empujaba hacia abajo, como si el agua misma del subconsciente decidiera devolverme al mundo que había olvidado respirar. Y desperté.

El aire entró en mis pulmones con la violencia de quien regresa a la vida a la fuerza. Tosí. Sentí el peso del cuerpo, el dolor sordo en el pecho, y la presión residual de lo que no debería recordar.

—¡Lucy! —La voz de Isolde temblaba, y aún con los ojos semicerrados, percibí el nudo en su garganta. Era inconfundible. Dolor puro.

Mis párpados pesaban, pero logré enfocarla. Sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas frescas, y sus manos me sostenían como si al soltarme el mundo pudiera terminar de quebrarse.

Miré alrededor.

Ningún adulto. Ni un solo rostro preocupado. Solo el silencio del anochecer, roto por los sollozos de una niña.

¿Tal vez por eso nadie la ayudó? ¿Tal vez el mundo ignora lo que no entiende… o simplemente lo que no le conviene mirar?

—¡Lucy! ¡¿Estás bien?!

Intenté responder, pero mi garganta era una herida abierta. Las palabras no salían, apenas un murmullo rasgado por dentro.

—¿Qué…? Estoy… bien… —mentí con un esfuerzo innecesario, como si el cuerpo aún dudara de seguir funcionando.

Pero no lo estaba. No del todo.

Isolde me abrazó con fuerza, hundiendo su rostro contra mi pecho. Su llanto continuó, crudo, sin contención.

More Chapters