"Atormentada"
Zen
Ese día habíamos salido a hacer vigilancia, la suave luz del sol era tan intensa que quemaba mi plumaje. Los vigilantes teníamos que estar alertas durante el día y cazar por la noche; esto había funcionado así por siglos. Desde lo alto, la observé; sus ojos eran claros y brillantes, su mirada enfocada y dulce, pareciendo los ojos de un ciervo. Su cabello rojo como las llamas se movía con la brisa, y su piel pálida brillaba bajo el sol. Ella estaba sentada debajo del árbol en el que yo me encontraba, y en ese momento comprendí que era ella, la mortal que me ayudaría a cumplir mi destino. En el reino de ōris, el viento y el fuego susurraban una profecía: "𝘚𝘦𝘳á𝘴 𝘦𝘭 𝘱𝘳ó𝘹𝘪𝘮𝘰 𝘥𝘪𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘧𝘶𝘦𝘨𝘰, 𝘴𝘪 𝘦𝘴 𝘱𝘰𝘴𝘪𝘣𝘭𝘦, 𝘲𝘶𝘦𝘮𝘢𝘳á𝘴 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰𝘴, 𝘦𝘭𝘪𝘮𝘪𝘯𝘢𝘳𝘭𝘢 𝘯𝘰 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘰𝘱𝘤𝘪ó𝘯, 𝘦𝘴 𝘶𝘯𝘢 𝘶𝘳𝘨𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢. 𝘊𝘰𝘯 𝘵𝘶 𝘤𝘢𝘯𝘵𝘰, 𝘭𝘢 𝘢𝘵𝘳𝘢𝘦𝘳á𝘴 𝘢𝘭 𝘣𝘰𝘴𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘦𝘯𝘥𝘦𝘳 𝘴𝘶 𝘤𝘰𝘳𝘢𝘻ó𝘯 𝘺 𝘴𝘶 𝘢𝘭𝘮𝘢; 𝘯𝘰 𝘭𝘦 𝘥𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘢𝘯𝘴𝘰 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘢𝘤𝘦𝘱𝘵𝘦. 𝘚𝘪 𝘢𝘤𝘦𝘱𝘵𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘯𝘵𝘰, 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘳á𝘴 𝘢𝘤𝘵𝘶𝘢𝘳 𝘺 𝘯𝘰 𝘥𝘦𝘫𝘢𝘳𝘭𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳, 𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘵𝘦𝘯𝘥𝘳á𝘴 𝘱𝘰𝘳 𝘶𝘯 𝘴𝘪𝘨𝘭𝘰 𝘢𝘵𝘰𝘳𝘮𝘦𝘯𝘵á𝘯𝘥𝘰𝘭𝘢 𝘥í𝘢 𝘺 𝘯𝘰𝘤𝘩𝘦 𝘤𝘰𝘯 𝘵𝘶 𝘤𝘢𝘯𝘵𝘰, 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶 𝘢𝘭𝘮𝘢 𝘴𝘦𝘢 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘶𝘮𝘪𝘥𝘢. 𝘈𝘴í 𝘱𝘰𝘥𝘳á𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘵𝘢𝘳𝘭𝘦 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘣𝘦𝘻𝘢 𝘺 𝘣𝘦𝘣𝘦𝘳 𝘴𝘶 𝘴𝘢𝘯𝘨𝘳𝘦. 𝘋𝘦𝘣𝘦𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘴𝘦𝘨𝘶𝘪𝘳𝘭𝘢 𝘴𝘪𝘯 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘢𝘯𝘴𝘰, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘪𝘯 𝘦𝘭𝘭𝘢, 𝘦𝘴𝘵𝘢𝘳á𝘴 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘪𝘥𝘰 𝘺 𝘴𝘦𝘳á𝘴 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘢𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘳𝘢𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰". No sería complicado, era la presa ideal para mí; entraré en sus sueños, la observaré desde las sombras y la atormentaré hasta que despierte su curiosidad.
Eleonor
Llevaba días soñando con un pájaro, era pequeño y negro, con destellos de luz plateada en sus plumas. Cantaba una melodía hermosa. Pero al oirla repetidamente, me aturdia. Me quemaba por dentro. Cuando el dolor se volvía insoportable, me despertaba, y a veces tenía quemaduras en el pecho, como si algo caliente me hubiera tocado, y marcas en mis muñecas, como si un pájaro me hubiera arañado. Me despertaba con las marcas aún frescas, temblando, sin poder explicar su origen. Le tenía miedo a dormir, no quería que llegara la noche, no deseaba cerrar los ojos; los mantenía abiertos hasta que el cansancio me superaba. Esa noche, lo soñé de nuevo.
Entraba al bosque, que ardía en llamas; los árboles se consumían. Miles de pájaros cantaban una melodía. Me adentraba más y más y lo vi, vi al pájaro nuevamente. Esta vez volaba hacia mí y trataba de correr, pero mis piernas eran lentas. El pájaro me alcanzó, caí de rodillas y de repente sentí que unas manos tiraban de mi cabello, levantando mi cabeza hacia atrás y lo vi: unos ojos anaranjados, como los de un león. Sus uñas eran garras, pero su piel humana era pálida, con cabello negro azabache y destellos plateados, orejas puntiagudas, y una sonrisa siniestra en su cara, con colmillos afilados. Deseaba liberarme de su agarre, pero no podía. Se levantó, tirando de mi cabello, y me empujó contra un árbol en llamas. Sentí cómo mi espalda se quemaba y gritaba de dolor, pidiendo ayuda, pero nadie venía, nadie me escuchaba. El bosque murmuraba "𝘮á𝘵𝘢𝘭𝘢, 𝘮á𝘵𝘢𝘭𝘢, 𝘮á𝘵𝘢𝘭𝘢, 𝘲𝘶𝘦𝘮𝘢 𝘴𝘶 𝘢𝘭𝘮𝘢, 𝘲𝘶𝘦𝘮𝘢 𝘴𝘶 𝘢𝘭𝘮𝘢, 𝘲𝘶𝘦𝘮𝘢 𝘴𝘶 𝘢𝘭𝘮𝘢";las voces aumentaban en intensidad, transformándose en un grito desgarrador que me atormentaba. Sentía que mi cabeza iba a estallar, mi pecho ardía, como si una llama estuviera dentro de mí quemándome. Su agarre en mi cuello se hacía cada vez más fuerte, privándome de aire. Se acercó a mi oído y murmuró "𝘚𝘶𝘳𝘨𝘦 𝘦𝘵 𝘷𝘪𝘥𝘦 𝘮𝘦". Usó sus garras y las clavó en mi pecho como si intentara sacar mi alma. El dolor me hizo despertar de aquel sueño. Abrí los ojos y él estaba sobre mí observándome. No podía moverme; sentía el ardor y el dolor en mi cuerpo, pero no podía mover los músculos. Mi mente estaba en blanco y sentía miedo. Clavó sus garras en mi pecho, y lo último que vi fueron sus ojos antes de desvanecerme.