Lejos de Kian y Asher
—No, por favor... ¡No pueden quitarme la casa y mis tierras! ¿De qué viviré? ¿¡Cómo comerán mis hijos!? —gritó un hombre desesperado hacia unos individuos enmascarados.
Las máscaras que llevaban tenían un símbolo grabado: "D@B", una marca temida por muchos.
—Lo siento, señor cara de pocos amigos —rió uno de los enmascarados con desdén—. Pero son órdenes. Agradezca que no lo matamos.
El hombre cerró los puños con impotencia. Sus manos, endurecidas y agrietadas por años de trabajo en el campo, temblaban.
"Tanto esfuerzo... Tantas madrugadas trabajando la tierra, todo para que se lo lleven en cuestión de segundos..."
—Por cierto —dijo otro de los enmascarados, señalando a los hijos del hombre—, nos llevaremos a dos de tus niños.
—¿¡Qué!? ¡Malditos! ¡Claro que no! —rugió el campesino, su voz ahogada por la desesperación.
Los dos pequeños, asustados, se aferraron a su padre, pero era en vano. Los hombres enmascarados los sujetaron con fuerza.
—La guardia no hará nada —dijo con burla uno de los invasores—. Así que mejor cálmate. De cualquier forma, morirían de hambre. Solo mira tus tierras podridas. Te estamos haciendo un favor... De nada.
El campesino, con los ojos llenos de lágrimas, vio cómo se llevaban a sus hijos. Su respiración se volvió agitada. La ira y la desesperación lo consumían.
"No... No lo permitiré."
—¡No lo harán, malditos! —gritó, con la voz temblorosa.
En ese instante, una luz dorada comenzó a emanar de su cuerpo. Los enmascarados retrocedieron, sorprendidos, mientras la energía se acumulaba a su alrededor.
—¿Qué...? —murmuró uno de ellos, con los ojos muy abiertos.
El brillo del campesino aumentó, como si algo en su interior estuviera a punto de liberarse. Pero, de repente, la luz se desvaneció. Todo quedó en silencio.
—Qué lástima —se burló el líder de los enmascarados, alzando una mano.
Un círculo de energía oscura se formó alrededor del campesino. La gravedad en el área aumentó de forma brutal. El suelo crujió bajo la presión. El hombre cayó de rodillas, mientras sus huesos se resquebrajaban. Su cuerpo fue aplastado lentamente por una fuerza invisible e inhumana. Su agonía terminó con un último suspiro.
Los demás enmascarados observaron en silencio, algunos con expresiones de incomodidad. Incluso para ellos, aquello había sido demasiado.
—Mi habilidad es controlar la gravedad en áreas limitadas —explicó el líder, con voz fría—. Puedo hacer que el peso de un objeto o persona sea como el de mil camiones... O reducirlo hasta que floten. Útil, ¿no?
Algunos reclutas asintieron, aunque otros desviaron la mirada.
—Ahora vámonos de este pueblo asqueroso.
Los camiones se pusieron en marcha, alejándose del lugar. El sonido de los motores fue lo único que quedó, junto con el cuerpo inerte del campesino.
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Años después
—Abuelo, esas historias son muy raras —dijo un niño de ocho años, su voz chillona rompiendo el silencio de la noche.
—Oh, claro, suenan locas —respondió el anciano, sonriendo con nostalgia—. Pero a veces desearías que solo fueran historias.
El fuego crepitaba en la chimenea de una cabaña humilde. A su alrededor, los rostros de dos niños más lo miraban con atención, sus ojos reflejando tanto curiosidad como temor.
—¿Y qué pasó con las personas de esos pueblos? —preguntó un niño de cabello rizado.
El anciano suspiró, sus ojos llenos de recuerdos.
—Bueno... Algunos pueblos del país Razarem siguen viviendo en paz. Pero de aquellos que fueron invadidos, nunca más se supo nada.
Los niños intercambiaron miradas inquietas.
—Papá, ¿qué te he dicho de contarles esas historias a los niños? —intervino un hombre rubio de ojos azules, cruzándose de brazos—. ¡Solo los vas a asustar!
—No era mi intención, hijo. Solo quería... Bueno, quería que supieran la verdad.
El hombre suspiró, pero no dijo nada más.
Esa noche, la familia se fue a dormir, aunque los niños se quedaron en sus camas con los ojos abiertos, incapaces de apartar las historias de su mente.
"Las historias... Algunas son ciertas. Otras son solo mitos. ¿Quién sabe la diferencia?"
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En el Presente — Kian y Asher
El país de Razarem había entrado en conflicto. Una raza de superhumanos, marginados durante generaciones, buscaba conquistar territorios. La corrupción se había infiltrado en cada rincón del gobierno. El sur del país era un caos, mientras que en el norte, las primeras señales del desastre comenzaban a aparecer.
Kian y Asher, ajenos a todo lo que se avecinaba, se preparaban para su próximo destino. Ambos cargaban sus mochilas, listos para lo que fuera.
—Bien, Asher... Es hora. Vamos.
Kian habló con decisión. Asher, aunque nervioso, asintió. Su miedo era evidente, pero la presencia de su mejor amigo le daba la fuerza suficiente para continuar.
Uno emocionado, el otro temblando de miedo. Pero ambos, juntos, listos para enfrentar lo desconocido.