Cherreads

Chapter 129 - Capítulo 20: La Naturaleza se Une

La respuesta de Sylvan flotó en el aire gélido de Korven Kirous, no como un grito de guerra, sino como el susurro resignado de un viejo árbol que finalmente cede ante la tormenta.

—Díganme… ¿a quién debo matar primero?

Sus ojos, opacos como savia congelada, se clavaron en Amber y Aiko, pero en su postura no había la urgencia de un guerrero, sino la quietud pesada de la tierra recién removida, el temblor lento del musgo que ha aprendido a crecer sobre huesos.

Amber asintió lentamente, el dolor en su oreja un latido constante bajo el frío.

—Por ahora, nadie. Necesitamos que entiendas. Esto no es una cacería sin sentido. Es sobre aguantar.

Su voz parecía arrastrar consigo el olor a sangre coagulada. Su rostro estaba cubierto de restos de corteza y esquirlas de hueso vegetal incrustadas en la piel. A su lado, la esfera aún goteaba una gota densa, como si hubiera absorbido parte del bosque.

Sylvan inclinó su cabeza enorme, la corteza crujiendo con un sonido seco que recordaba el quebrar de costillas.

—Aguantar es lo que he hecho. Siglos, quizás. Este bosque… es mi ancla. ¿Por qué soltarme por una pelea que huele a carne quemada y metal oxidado?

Aiko se acercó con pasos lentos, su brazo inútil colgando a su costado, cada movimiento haciendo que la sangre gotee desde su manga hecha jirones.

La tela estaba pegada a su piel por una mezcla de sudor, tierra y plasma seco.

Su rostro, pálido y manchado de sangre seca, mostraba una calma tensa, de esas que preceden a las lágrimas… o al último disparo.

—Porque este bosque también está en la mira, Sylvan. Esa oscuridad… no le importa si eres árbol o hombre. Lo consume todo. Quedarte aquí es solo esperar el último suspiro.

Sylvan exhaló un vaho oscuro, espeso como humo de turba quemada, que se arrastró sobre el suelo como una niebla con hambre.

—Prefiero que mi final sea bajo estas raíces que en algún campo desolado, luchando por espectros que no conozco.

Volkhov yacía boca arriba, la raíz aún empalada en su abdomen como una lanza grotesca, su vientre hinchado por la presión interna de una hemorragia contenida apenas por la regeneración mágica.

El olor era fétido.

Su respiración era un hilo áspero, sus ojos fijos en el cielo gris que se filtraba entre las ramas, nublado por el dolor.

—Déjenlo en paz. El puto árbol tiene razón. Vámonos. Que se quede aquí a morir abrazado a sus bichos.

—Cállate, Volkhov —dijo Amber con una voz cansada, rota por la fatiga, sin apartar la mirada de Sylvan.

Había una determinación silenciosa en su rostro, como la de alguien que ha cargado un cadáver por kilómetros solo porque nadie más podía hacerlo.

Dio otro paso, el crujido de las hojas secas bajo sus botas resonando en el silencio como huesos que se rompen.

—Sylvan, tú eres este bosque. Tu savia es su sangre. Si la oscuridad lo ahoga, tú te marchitarás con él.

¿Quieres eso?

¿Ver cómo este lugar se convierte en un páramo sin vida, cubierto de ceniza… como si nunca hubiera existido?

Una rama nudosa en el cuerpo de Sylvan se contrajo ligeramente, como un músculo vegetal que recordara lo que era temblar.

—No… —murmuró, la palabra sonando hueca, como el viento soplando a través de un tronco vacío que aún contenía ecos de niños muertos—. No quiero eso.

—Entonces ven con nosotros —dijo Aiko con una voz tranquila pero firme, sus labios agrietados—. Podemos intentar protegerlo juntos. Podemos buscar una manera de cortar esa oscuridad antes de que llegue hasta aquí.

Pero necesitamos tu fuerza. Necesitamos que este bosque pelee a nuestro lado. Que ruja.

Sylvan guardó silencio.

A su alrededor, los árboles parecían gemir en una lengua vegetal, las raíces temblaban bajo el suelo, como si se resistieran a dejarlo marchar.

Su inercia ancestral luchaba contra la punzada de la preocupación por su hogar.

La desgana de un ser que había vivido mil inviernos se enfrentaba al crudo filo de lo inevitable.

—¿Qué tendría que hacer? —preguntó al fin, su voz como el roce de la corteza contra la piedra mojada, o la respiración de un cadáver vegetal que aún no había dejado de sangrar.

—Tendrías que levantarte —respondió Amber, su voz áspera pero directa, como una piedra rota—. Tendrías que dejar este lugar. Tendríamos que buscar a otros que puedan entender lo que está pasando.

Y tendríamos que pelear. Juntos. Con tierra y con fuego.

Sylvan soltó una risa sin humor, un sonido seco como hojas muertas que se aplastan bajo el paso de una criatura herida.

—¿Dejar mi bosque? ¿Para ir a dónde? ¿A luchar contra qué?

Mi mundo son estas raíces, esta tierra. No sé nada más. Ni quiero.

—Te mostraremos —dijo Aiko con una calma sorprendente, como si hablara con un lobo viejo que no sabía que aún podía aullar—.

Te enseñaremos lo que necesitas saber. Y te prometemos que haremos todo lo que esté en nuestra mano para que este lugar siga existiendo.

Arkadi flotó un poco más cerca, su rostro desfigurado como una máscara rota. Un hilo de sangre aún se escapaba de su oído.

—El tiempo se agota, Sylvan. Esa cosa… se mueve rápido.

Tu poder… tu conexión con la naturaleza… son la única esperanza que tenemos en este momento.Tus raíces… pueden ser las garras de la resistencia.

Sylvan miró a su alrededor, a los árboles que eran su familia silenciosa, al suelo que aún temblaba como si no quisiera soltarlo.

La idea de abandonarlo era como arrancarse una costilla viva.

—Este lugar… es todo lo que me queda —repitió, su voz un eco de la misma frase, pero esta vez con una grieta emocional.

Una grieta por donde la empatía empezaba a colarse como hiedra.

—Y es precisamente por eso que tienes que moverte —dijo Amber con una firmeza tranquila—. Para proteger lo que importa.

A veces, la única forma de salvar tu hogar es salir de él.

Y mancharte con la sangre del enemigo antes de que llegue.

Sylvan exhaló lentamente.

El aire a su alrededor se volvió más denso.

El olor era mezcla de tierra húmeda, savia amarga, sangre y ceniza.

Su mirada se posó en sus manos hechas de ramas retorcidas, aún manchadas con la sangre de Aiko y el intestino de un ciervo que había cruzado la zona equivocada.

—No entiendo… el mundo de los hombres. Siempre he estado solo.Sus palabras eran dolorosas como raíces que se niegan a dejar morir al árbol que ya ha caído.

—Nosotros tampoco somos precisamente una fiesta —gruñó Volkhov desde el suelo, tosiendo sangre—.

Y ya nos has dado una buena paliza.

Creo que te adaptarás.

Aiko esbozó una sonrisa cansada, una que sabía a derrota y aceptación.—Te acostumbrarás a nuestro caos. Y nosotros a tu… lentitud.

Sylvan consideró sus palabras.

La imagen de la oscuridad engullendo su bosque, de sus árboles retorciéndose en llamas negras, pesaba más que el miedo a lo desconocido.

—¿Qué pasará con el bosque mientras no esté? —preguntó, su voz casi infantil, rota por una preocupación que olía a raíz quemada.

—Haremos lo que podamos —prometió Amber, su mano sobre la esfera, aún tibia por la batalla—.

Y cuando todo esto termine… volverás.

Te lo aseguro.

Aunque tengamos que arrastrarte de vuelta en pedazos.

Sylvan asintió, un movimiento lento y pesado.

—Bien. Iré con ustedes.

Pero si algo le sucede a este lugar… lo lamentarán.

Un silencio se extendió mientras el equipo asimilaba su decisión.

Volkhov no dijo nada, su cuerpo apenas sostenido por la fuerza de su odio.

Aiko cerró los ojos por un instante, dejando escapar un suspiro.

Arkadi asintió lentamente, su cuerpo flotando como un cadáver sin rumbo

Amber sintió una calma extraña, como la que siente un asesino cuando por fin deja de correr.

Sylvan se levantó lentamente.

Cada movimiento hacía que sus ramas crujieran como huesos viejos.

Su cuerpo sangraba savia como si llorara.

Pero su presencia era ahora otra cosa.

Una amenaza.

Una promesa.

—¿A dónde… vamos ahora? —preguntó, su voz más grave, más pesada, como si hablara por todo el bosque.

Amber lo miró, la esfera brillando como una luna triste entre sus dedos.

—Vamos a buscar a otros que puedan entender. Vamos a reunir a los que luchan en las sombras.Y vamos a esperar.

Porque la oscuridad… ya está aquí.

La naturaleza se había unido.

No con un rugido… sino con un suspiro cargado de savia, sangre… y hambre de redención.

 

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